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domingo, 9 de agosto de 2020

En un día como hoy, da inicio la gran huelga bananera, con la participación y dirección destacada de Jaime Cerdas y Carlos Luis Fallas (CALUFA). Se trata de un hito histórico en la historia del movimiento obrero costarricense.

 

#Historia
#DerechosLaborales

En un día como hoy, da inicio la gran huelga bananera, con la participación y dirección destacada de Jaime Cerdas y Carlos Luis Fallas (CALUFA). Se trata de un hito histórico en la historia del movimiento obrero costarricense.




*A inicio de junio, alrededor de 200 trabajadores de las fincas bananeras Cahuita y Tortuguero,  de la empresa Corporación de Desarrollo Agrícola Del Monte, en Cariari de Pococí, reclamaron la implementación de medidas contra la COVID-19 en su lugar de trabajo.

Según el Sindicato de Trabajadores de Plantaciones Agrícolas (SITRAP), las normas establecidas por el Ministerio de Salud son incumplidas por los empleadores.

Sus reivindicaciones fueron muy elementales, pero muy sentidas por todos los trabajadores y trabajadoras en nuestro país:  piden que se hagan pruebas de COVID-19 a todos los que laboran en la empresa, que se les brinden implementos de protección personal y que se disponga de duchas, lavamanos, jabón y alcohol en gel, así como que se hagan desinfecciones en la planta y lugares comunes.

Esta protesta es una de la más importantes de una serie de enfrentamiento moleculares que empiezan a dar los trabajadores de la empresa privada en nuestro país, enfrentamientos en el marco de un brutal ataque a las condiciones laborales en las empresas privadas: desinversión, aumento de la jornada, aumento en la intensidad del trabajo, etc, y que la Pandemia a viento a poner al descubierto.

En esta reseña queremos trazar una linea de continudad entre lo que ocurre hoy en día entre los obreros agricolas y las lecciones que hace 80 años aprendieron los obreros bananeros cuando realizaron la huelga bananera de 1934.

La huelga bananera de 1934 es el acontecimiento más importante de la lucha obrera en nuestro país, esta heroica huelga se desarrolló entre el 9 de agosto y el 16 de septiembre 1934 (hace 82 años). Hoy a la luz del nuevo grupo de luchas de los obreros de las plantaciones agrícolas, queremos reflexionar sobre estos hechos y sus lecciones para hoy.

La explotación en las bananeras.

Los trabajadores bananeros vivían bajo condiciones inhumanas, bajo una explotación feroz. Luego de varios años de luchas parciales y pequeños paros decidieron hacer una acción unitaria una huelga general en todas las plantaciones.

¿Qué pedían los huelguistas en 1934?
Salario mínimo, pago en efectivo y no con fichas o cupones, pago de horas extra, pago quincenal, abolición del contrato a destajo, herramientas costeadas por los patrones, aplicación de la ley de accidentes del trabajo, que los productos en el comisariato no fueran más caros que en la plaza, que las viviendas de los trabajadores debían ser costeadas por los patronos, la obligación de los patronos de instalar dispensarios en las fincas y dar facilidades para el traslado de los enfermos, finalmente libertad sindical y reconocimiento por parte de los patronos y del Estado del Sindicato de Trabajadores del Atlántico y demás organizaciones obreras del país.

Los sucesos de la huelga.

Costa Rica, para el año 1934 tenía poco menos de 500 000 habitantes, unos 150 000 trabajadores activos, la provincia de Limón, epicentro de la huelga poco menos de 35 000 habitantes. En la huelga bananera de 1934 participaron cerca de 10 000 obreros y sus familias. Fue el hecho más importante de la lucha de clases en América Latina ese año.

La huelga tuvo dos etapas bien definidas. La primera (entre el 9 de agosto y el 28 de agosto)  se caracterizó por un ascenso de la lucha, un acatamiento masivo del paro y una lucha tenaz contra las maniobras de la compañía.  Desde un principio el gobierno del presidente Ricardo Jiménez respondió reprimiendo, militarizando la provincia. Al cabo de unas semanas de heroica lucha, se lograría un acuerdo mediante el cual la United se comprometía a mejorar los salarios y pagarlos en efectivo, proporcionar viviendas decentes y servicios higiénicos y el gobierno se comprometía a suspender los juicios contra los dirigentes encarcelados.

Firmado el acuerdo preliminar, Carlos Luis Fallas solicitó un tren para el Comité Central de Huelga, así recorrió las plantaciones y haciendo Asambleas obreras en las distintas fincas, se aprobó finalmente el acuerdo. Se pensó que se trataba del primer triunfo, así sea parcial, contra la poderosa United Fruit Company; no obstante, el Gobierno no garantizó el cumplimiento de lo pactado.

En la segunda etapa de la lucha (del 31 de agosto al 16 de septiembre), como los trabajadores habían retornado a sus labores, la United aprovechó para violar las condiciones del arreglo.

A pesar de la incertidumbre inicial y la campaña orquestada por la compañía, se reactiva el Comité de Huelga y la lucha estalla de nuevo, ahora con el desarrollo de comités de solidaridad en el resto de las provincias. El Gobierno arrecia la represión e intenta derrotar por hambre y aislamiento la segunda fase de la huelga.

Los comités de huelga continúan heroicamente la lucha, obstruyendo y saboteando las vías del tren para evitar la carga de banano y destruyendo las cosechas, pero el despliegue policial y el aislamiento empezó a surtir un efecto negativo.

Luego caerían presos los principales dirigentes de la huelga, el movimiento quedó descabezado y se fue debilitando hasta que los obreros desgastados suspendieron la huelga.

El partido y el sindicato.

Aunque los obreros agrícolas llevaban desde los años 20 organizando muy variadas formas de lucha (protestas, motines, actos de bandolerismo, paros momentáneos, huelgas parciales, etc.) Pero estas luchas casi siempre espontáneas y sin preparación terminaban en derrotas, no ayudaban a cambiar las condiciones de vida de los trabajadores.

Algo diferente que tuvo la huelga de 1934, y es una lección muy importante para nuestros días esta tuvo al frente al Partido Comunista de Costa Rica, en ese momento muy joven y aún no integrado al aparato estalinista mundial.

Fue el primer partido obrero que tuvo el proletariado costarricense, un partido que veía en la organización política y sindical de la clase obrera su prioridad, la organización de huelgas y sindicatos era prioritaria para el Partido Comunista pues su objetivo era lograr un gobierno de los obreros y los campesinos.

Más tarde el PC cambió, desarrollo una estrategia de colaboración de clases llamada “el comunismo a la tica” y sus herederos no solo no reivindican su pasado radical, sino que lo ocultan.

Pero el hecho, es que ayer como ahora, se puede ver que la principal herramienta para que las huelgas obreras, se desarrollen, triunfen y se generalicen es que la clase trabajadora se organice en su propio partido. Hoy nosotros ofrecemos al Partido de los Trabajadores como el embrión, como la palanca para construir ese partido obrero y revolucionario que ocupan los trabajadores.

La lucha obrera no tiene fronteras.

Otra lección muy importante de la huelga de 1934, fue que para vencer la clase trabajadora tuvo que mantenerse unida, por encima de las divisiones nacionales y raciales.

Los socialistas creemos que la clase trabajadora no tienen fronteras, es una sola y la misma, y por eso debe actuar conjuntamente. En 1934 la población de trabajadores de la bananera era muy heterogénea, estaba compuesta de jamaiquinos, nicaragüenses y otros centroamericanos, y costarricenses, muchos de origen guanacasteco, todos actuaron juntos y lucharon juntos.

Los trabajadores nicaragüenses, fueron particularmente importantes en la huelga de 1934, muchos de ellos habían combatido en el ejército de Sandino, antes de venir a las bananeras.

Conclusiones de la huelga

Al analizar la huelga bananera de 1934 podemos sacar varias conclusiones políticas, aún valiosas:   1) Esta huelga logró la unidad entre trabajadores costarricenses y nicaragüenses, blancos y negros. 2) Fue una “escuela de guerra” para la clase trabajadora por las múltiples tareas y métodos de lucha que tuvo que utilizar: actividad parlamentaria, solidaridad obrera, comités de seguridad y alimentación, democracia obrera en las asambleas. 3) Solo es posible el desarrollo de la actividad sindical, si está al frente un partido político obrero y revolucionario.

***

“Carlos Luis Fallas habla sobre las condiciones de vida de los trabajadores bananeros”

“Carlos Luis Fallas habla sobre las condiciones de vida de los trabajadores bananeros”

“la vida en las bananeras de la United era un horrible infierno (….) en las inmensas bananeras del Atlántico, (…) no existía un solo Dispensario ni se conocían servicios médicos de ninguna clase (…) el trabajador tenía que comprar de su propia bolsa hasta las ínfimas pastillas de quinina que necesitaba. Vivíamos en pocilgas, no se conocían los servicios higiénicos. Los «comisariatos», a través de los cuales la United ejercía el absoluto monopolio del comercio en toda la región bananera, vendían todos los artículos de la calidad que se les antojaba y a los precios más escandalosos, a pesar de que, con la tolerancia de nuestros gobiernos, la Compañía no pagaba por la importación de esos artículos impuestos de ninguna clase. (….) Las labores de «corta» eran obligatorias para todos los trabajadores de las plantaciones bananeras; en los días de «corta» todos los que el patrón necesitara debían trabajar como cortadores, concheros, muleros y carreros. Y como los barcos de la United «no podían esperar en el puerto», esas labores debían realizarse en cualquier tiempo y en cualquiera condiciones. A veces tenían que efectuar la «corta» enfermos y bajo furiosos temporales; a veces tenían que terminar el acarreo del banano de noche, bajo la lluvia, alumbrándose con lámparas de canfín, bregando con mulas chúcaras, corriendo por líneas mal construidas, pasando sobre puentes improvisados y peligrosos; por eso los accidentes se repetían con tanta frecuencia. Y todas esas labores de la «corta» las pagaban los finqueros a tantos centavos por racimo recibido (ojo, compañeros: por racimo re-ci-bi-do). Esto quiere decir que los trabajadores de aquella pequeña plantación del Ramal de Línea Vieja, que se habían sudado y desvelado para poner en la plataforma mil quinientos racimos de banano, sólo percibieron en esa ocasión el pago sobre los doscientos veinticinco racimos recibidos por la United; la «corta» y el acarreo de los otros mil doscientos setenta y cinco racimos rechazados resultó para esos trabajadores esfuerzo inútil, trabajo y sudor botados. Y si a semejante mostruosidad agregamos el maltrato, la explotación de los «comisariatos», la falta de asistencia médica, las pocilgas en que los obligaban a vivir, etcétera, ya podemos imaginarnos cuánta desesperación humana y cuánta justa cólera se iban acumulando día tras día, por aquellos terribles tiempos, en las bananeras de la zona Atlántica.

La Gran Huelga bananera del Atlántico de 1934. 18 de setiembre de 1955. Carlos Luis Fallas.

Fuente: SHoy.



jueves, 6 de agosto de 2020

Morir en soledad: la ingrata condición de las víctimas de COVID-19.

#Nacionales

Morir en soledad: la ingrata condición de las víctimas de COVID-19.

*Las historias son variadas, pero un factor común alcanza a casi todas las víctimas: la distancia obligada de sus seres queridos.

*Cartago registra 9 fallecimientos. 8 en el Cantón de La Unión y uno en Orosí de Paraíso.

Silvia Barrantes cuidaba a la paciente que recién había dado a luz a su tercer hijo sin darse cuenta. La enfermera vigilaba en el monitor las contracciones del corazón y veía cómo bajaban a toda velocidad. El personal médico ya sabe cuando se acerca el momento de la muerte, pero en este caso era impensable hacerle los masajes cardiacos que a otras personas han salvado la vida.

Eran casi las 10 a. m. en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital México, en el día en que iban a llegar a 125 las muertes asociadas a la enfermedad pandémica COVID-19 en Costa Rica. Barrantes, acostumbrada a la muerte tras 12 años de experiencia en servicios críticos, sentía un hueco en el estómago y nada podía hacer por la mujer de 29 años.

La posibilidad de masajes cardiacos inmediatos era improbable con el protocolo de seguridad para evitar contagiarse del coronavirus. Abrir el cubículo era contaminar a todos alrededor. Los médicos intensivistas, enfermeras y un sacerdote que por suerte pudo llegar a tiempo, miraban desde fuera del vidrio a la mamá sola, entubada e inconsciente.

Silvia pensaba en los dos hijos mayores que quedaban y en el recién nacido, sietemesino, allá en la incubadora. Sabía que el papá y la abuela estaban también aislados. Nadie pudo tomarle la mano, decirle ahí que se fuera tranquila o prometerle cuidar siempre a los niños; nadie la abrazó ni se despidió de ella, cuenta la enfermera, así lo describe un reportaje del medio  Semanario Universidad.

Con la pandemia son imposibles los ritos humanos y usuales de despedida. El riesgo de contagio es casi tan alto como la necesidad de ese espacio para otro paciente que viene tan complicado como el anterior, también con COVID-19. El cuerpo fallecido no puede pasar más de una hora antes de ser entregado, en el sótano, a Patología, donde tampoco podrá esperar a familiares. Todo urge.

Pero en el cubículo de la UCI hay antes otro procedimiento ingrato. Desentubar rápido, desconectar los cables y tomar una foto para el reconocimiento familiar, para efectos del registro. La mujer estaba boca abajo, la posición que permite una mejor respiración a los pacientes, pero que carga el peso sobre el rostro y casi lo desfigura.

A toda velocidad deben meter el cuerpo en dos bolsas plásticas, un procedimiento que Silvia nunca había hecho hasta que llegó esta pandemia y que reconoce como especialmente triste. Será, dice, la escena que la haga recordar esta pandemia por el resto de su vida.

“Es muy doloroso este tipo de muerte y es más doloroso saber que eso puede ocurrir hasta tres veces en un turno. Además de que el trabajo físico es muy fuerte, una queda muy golpeada en lo emocional, aunque sabemos que otros pacientes nos necesitan bien”.

El relato de Silvia coincide en parte con el que ofrece Crishtna Ledezma Cruz, supervisora de enfermería de sala operaciones del hospital México, o Michelle Rudín, médico internista asignada al Centro Especializado en Atención de Pacientes con Covid-19 (Ceaco): el coronavirus deja márgenes mínimos para una atención humana del momento final de la vida.

La mayoría de las muertes ocurren sin despedidas, sin compañía y sin el tiempo ideal para asimilar el momento. Con familiares aislados, hospitalizados o en cuarentena, o impedidos de acercarse más que lo indispensable para el proceso funerario. Después sale en los medios de comunicación el dato del día y la suma de fallecimientos: 180 hasta el martes 4 de agosto, al cierre de esta edición.

EL MOMENTO FINAL
De la amplitud de la emergencia hablan las cifras y de la profundidad, los pacientes, dice la enfermera Barrantes, que recuerda haber atendido también al médico alajuelense que llegó contagiado desde Panamá y que murió después de haber propagado el virus en espacios hospitalarios. Él contó cosas de su vida y sus anhelos, hasta que en algún momento expresó que ya no iba a luchar más y murió.

Él duró 46 días en la UCI, pero conforme avanza la pandemia el personal médico va viendo pacientes que llegan más enfermos o que se deterioran más rápido una vez internados. Una mujer madura llegó un día hablando sin problemas y pensando salir pronto de ahí, porque no quería perder su trabajo en una casa donde planchaba ropa, la única fuente de ingresos que tenía su familia.

“Estuve hablando con ella, pero tres horas después murió. Se complicó y murió. Uno se siente impotente y dolido, lo asume como un duelo propio porque somos los que estuvimos más cerca en ese momento, dentro de lo que se puede”.

Crishtna, desde sala de operaciones, también tiene sentimientos parecidos a la frustración. Se supone que las enfermeras y asistentes de pacientes están ahí para dar esa calidez y están limitados por las circunstancias. Muchos están vestidos como astronautas, sin dejarse ver el rostro y con contactos mínimos, porque también tienen miedo de salir contagiados.

“Lo más terrible de esto es ver a las personas morir casi en la soledad. Toda muerte es dolorosa, pero hay una diferencia cuando no se siente de cerca ese amor de los seres queridos que permite a muchos morir en paz”, cuenta la jefa de enfermería de sala de operaciones del México.

A ella tampoco se le borrará el caso de la mujer que no alcanzó a conocer a su bebé. Muchos en el hospital estaban al tanto de la paciente desde que entró ya complicada a sala de operaciones para la cesárea.

“Yo estaba en mi casa cuando leí el mensaje, por el canal interno que tenemos, que decía que ya fallecido la paciente. Sentí mucha tristeza. Pensé en su familia, en los hijos. En cuándo fue la última vez que la vieron”.

Es decir, Crishtna estaba en su casa, en sus horas de descanso, pero conectada para saber cómo están los pacientes. Conectada en el sentido más amplio de la palabra, no solo informada.

“A uno le duele que no se pudo hacer más. Entramos en un luto, pero al mismo tiempo siente uno el impulso de tratar de salvar la vida del otro paciente que está ahí o el que ocupará el espacio del que acaba de fallecer”, explica.

Reflexiona ella: porque las cifras pueden ser iguales un día y otro, lo que da la sensación de que no empeora. Por ejemplo ocho fallecimientos un martes y ocho más un miércoles. Pero en la realidad son más personas que murieron en esas condiciones de soledad, tuvieran familia o no.

Para el personal médico que atiende pacientes críticos el éxito mayor es ver al paciente salir a su casa. Luego mirarlo mejorar y pasar a servicios intermedios. También que acabe el día y que siga con vida. Incluso, explica un médico, que el paciente muera en condiciones dignas, sin dolor ni ansiedad ni ahogos, que al menos muera en paz, pero eso no se puede garantizar ahora.

ALGO PARECIDO A PALIATIVOS
La revisión de los fallecimientos permite ver que en los últimos dos meses han aumentado más las muertes en el Ceaco que en otros hospitales. El dato es extraño si se recuerda que este centro estaba pensado para cuidados intermedios, no para pacientes en estado crítico, pero con el tiempo las cosas han cambiado.

Lo cuenta la médico internista Michelle Rudín, quien aceptó ser trasladada desde el hospital La Anexión, de Nicoya, para reformar el hospital especializado.

“Empezamos a recibir pacientes para un manejo paliativo. Personas que por sus condiciones no son candidatos a una UCI porque llegan a un estado delicado, muy severo. Nuestra misión es dar acompañamiento hasta el final, porque ya llegan con alto riesgo de fallecer y acá podemos darle ese confort muy en contacto con medicina paliativa”.

“Recordemos que acá funcionaba el Centro de Rehabilitación y hay recursos en psicología y trabajo social, que son de gran valor para este momento. Hacemos todo lo que podamos, aunque sabemos que no son pacientes en tiempos normales y eso a un también lo golpea”.

No es que haya un servicio formal de cuidados paliativos, aclara. Es la posibilidad que se ha ido desarrollando conforme avanza la pandemia y según las necesidades. Se trata de un área separada de otra donde están pacientes con menores complicaciones de salud.

Es parte de las maniobras que se puedan hacer ante la presión de pacientes en las últimas semanas. Al empezar julio había 56 pacientes hospitalizados en el país y solo 6 en las UCI. Un mes después había más de 300 en hospitales y casi 100 en las UCI. En ese lapso las muertes pasaron de 16 a multiplicarse por 10.

El sistema costarricense no ha llegado al punto de otros países de tener que escoger a quién atiende y a quién no, pero los médicos ven cómo las condiciones se encaminan a eso y crecen los contagios o la gravedad de la enfermedad. El servicio de tipo paliativo en Ceaco parece dar una pista.

Mientras, la presión es notoria sobre el sistema y sobre los médicos, dice la doctora Rudín. El cansancio físico pesa, pero emocionalmente también sufren.

“Yo tengo 32 años y tengo a mis papás. Cuando veo a un paciente que llega aquí no puedo evitar pensar en ellos y entonces también puedo pensar que el paciente tiene a una hija como yo que no puede acompañarlo en este momento”.

Los médicos no pueden limitarse a lo biológico o a los signos vitales. A veces se involucran con la historia personal del paciente. Son, al fin y al cabo, la compañía que tienen para ese momento, cuenta la doctora Rudín.

“Es cuando uno conoce las pequeñas cosas de las que está hecha una vida, cosas que uno da por sentadas en lo cotidiano. La cercanía con los seres queridos, por ejemplo, es algo casi imposible en estos momentos”.

“Lo ideal es sostenerse emocionalmente, pero no siempre se puede. Uno se angustia mucho y ya la mayoría nos hemos pegado las lloradas. Nos aferramos a la esperanza de poder ayudar a alguien más, que no faltan. Tenemos que saber que el paciente en frente no es el único que necesita ayuda. Siempre viene otro”.

Tiempo entre diagnóstico y muerte se acortó al avanzar la pandemia
El avance de la pandemia de COVID-19 en Costa Rica acortó los tiempos promedio entre el momento del diagnóstico y el de la muerte de las víctimas de esta enfermedad.

El promedio de ese período en los primeros diez pacientes que murieron fue de 25 días internados, aún incluyendo a una persona que falleció el mismo día del diagnóstico o al día siguiente.

En cambio, el promedio para las últimas diez personas fallecidas hasta el 28 de julio (cuando se legó a 125 decesos) es de solo diez días.

Este es el resultado de una revisión de los casos reportados por el Ministerio de Salud hasta el 28 de julio, sin que fuera posible hacerlo en la semana siguiente porque dejaron de divulgar el dato de la fecha de diagnóstico de las víctimas.

Los datos muestran casos extremos como los diagnósticos post mortem o en el mismo día del fallecimiento (15 personas) y, por el contrario, la mujer de 64 años que murió en el hospital México después de 76 días luchando contra la enfermedad.

Hay cuatro casos de los que no se disponen datos de la fecha de diagnóstico y el promedio general de las primeras 125 muertes por COVID-19 es de 8,4 días desde que se comprueba la presencia del virus en la persona y el instante de la muerte.

La tasa de letalidad del coronavirus en Costa Rica hasta este 4 de agosto es de 0,9 por cada 100 personas infectadas, el doble de lo que reportaba el país al comenzar el mes de julio.

Así parece disiparse una de las ventajas que las autoridades señalaban al principio de la pandemia, mientras estaba contenida: la detección temprana de los casos que permitía una intervención médica pronta y la posibilidad muy alta de evitar la muerte.

Esto coincide con lo que perciben enfermeras del hospital México y una doctora del hospital especializado Ceaco: ahora ven un mayor deterioro de la salud de los pacientes al llegar a los servicios médicos, dijeron a este semanario.

“Con la transmisión comunitaria se hace difícil el 100% de la detección temprana”, reconoció el lunes 3 de agosto el ministro de Salud, Daniel Salas, quien por eso llamó a la población a acudir a los servicios de salud apenas noten algún síntoma relacionado con el COVID-19.

Lo dice más directo la enfermera Silvia Barrantes, funcionaria del hospital México: “Ahora se mueren más rápido. Llegan con más complicaciones a menudo por el servicio de emergencias, incluso entubados desde la ambulancia y esto es un reto para nosotros”.

Lo ve también la doctora Michelle Rudín en el Ceaco: “lo hablábamos hace poco entre los compañeros. Sentimos que están llegando con más síntomas y más avanzados. No sabemos si es porque las personas se tardan en acudir a la clínica o al hospital, pero es algo que hemos visto poco a poco”.

Con ella coincide Crishtna Ledezma, supervisora de enfermería en sala de operaciones del hospital México. “Llegan más complicados y tal vez con patologías que no sabían que tenían. No sé si es por temor al hospital o por miedo a ser discriminados que algunas personas prefieren no acudir pronto a diagnosticarse. Eso nos pone un reto mayor”.

Foto: CCSS
Fuente : Semanario Universidad.